La Disciplina en la Adoración
Adorar es experimentar la realidad, tocar la vida. Es conocer, sentir, experimentar a Cristo resucitado, en medio de la comunidad congregada.
La disciplina en la adoración
Adorar es avivar la conciencia mediante la santidad de Dios, alimentar la mente con la verdad de Dios, purgar la imaginación con la belleza de Dios, abrir el corazón al amor de Dios, dedicar la voluntad al propósito de Dios - William Temple.
Adorar es experimentar la realidad, tocar la vida. Es conocer, sentir, experimentar a Cristo resucitado, en medio de la comunidad congregada. Es una penetración en la gloria (Shekinah) de Dios; aun mejor, es ser uno invadido por esa gloria de Dios.
Dios busca activamente adoradores. Jesús declaró: "... los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren" (Juan 4:23). Dios es el que busca, atrae, persuade.
La adoración es nuestra respuesta a las proposiciones de amor del Padre. Su realidad fundamental se halla en la expresión "en espíritu y en verdad". Se enciende en nosotros solo cuando el Espíritu de Dios toca el espíritu humano.
El formalismo y los ritos no producen la adoración, ni tampoco el dejar de usar el formalismo y los ritos. Podemos usar todas las técnicas y los métodos correctos, podemos tener la mejor liturgia posible, pero no hemos adorado al Señor mientras su Espíritu no toque nuestro espíritu.
Avenidas que conducen a la adoración
Una de las razones por las cuales debe considerarse la adoración como una disciplina espiritual, es que ella es una manera ordenada de actuar y vivir, y que nos coloca de tal modo delante de Dios, que Él pueda transformarnos.
Aunque sólo respondemos al toque liberador del Espíritu Santo, hay avenidas divinamente señaladas que conducen a este reino. La primera avenida que conduce a la adoración consiste en aquietar todas las actividades humanamente iniciadas.
Alguien lo expresó así: "Feliz el alma que mediante un sincero renunciamiento a sí misma, se mantiene incesantemente en las manos de su Creador, dispuesta a hacer todo lo que Él desea; que nunca deja de decirse a sí misma un centenar de veces por día: ‘Señor, ¿qué quieres que yo haga?’" .
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El hecho de aquietar la actividad de la carne para que la actividad del Espíritu Santo domine nuestra manera de vivir, afectará y moldeará la adoración pública. Algunas veces tomará la forma de absoluto silencio.
Ciertamente, es más adecuado acudir en silencio y con reverencia ante el Santo de la eternidad, que apresurarnos a su presencia con el corazón y la mente torcidos, y con lenguas llenas de palabras.
La alabanza nos lleva a la adoración. La Escritura nos insta: "Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre" (Hebreos 13:15).
El Antiguo Pacto exigía el sacrificio de bueyes y carneros. El Nuevo Pacto exige el sacrificio de alabanza. Pedro nos dice que como los nuevos sacerdotes de Cristo, ofrezcamos "sacrificios espirituales"; lo cual significa anunciar "las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 Pedro 2:5,9).
Pedro y Juan salieron del Sanedrín con las espaldas ensangrentadas, pero con los labios alababan al Señor (Hechos 5:41). Pablo y Silas llenaron la cárcel filipense con sus canciones de alabanza (Hechos 16:25).
En cada caso, estaban ofreciendo sacrificio de alabanza. Dios nos llama a una adoración que envuelva todo nuestro ser. El cuerpo, la mente, el espíritu y las emociones deben colocarse todos en el altar de la adoración. A menudo, hemos olvidado que la adoración debe incluir tanto el cuerpo como la mente y el espíritu.
La Biblia describe la adoración en términos físicos. El significado etimológico de la palabra hebrea que traducimos adoración, es postración. La palabra que se traduce bendecir significa literalmente arrodillarse. El término acción de gracias se refiere a extender la mano.
A través de toda la Escritura hallamos una variedad de posturas físicas relacionadas con la adoración. La persona podía estar: postrada, de pie, arrodillada, con las manos levantadas, batiendo las manos, con la cabeza inclinada, danzando, y cubierta con cilicio y ceniza.
Lo que todo esto quiere decir es que debemos ofrecer a Dios nuestro cuerpo como también todo el resto de nuestro ser. La adoración es apropiadamente física. Debemos presentar nuestro cuerpo a Dios en adoración, en una postura que sea consecuente con el Espíritu interno de adoración. Las posturas de pie, batiendo las manos, danzando, levantando las manos y levantando la cabeza son consecuentes con el espíritu de alabanza.
El sentarse uno quieto, el semblante severo, son posturas claramente inadecuadas para la alabanza. Arrodillarse uno, inclinar la cabeza, postrarse, son posturas consecuentes con el espíritu de humildad.
Por supuesto, podemos hacer todas las cosas que he descrito, y nunca entrar en la adoración, pero estas cosas pueden servir como avenidas a través de las cuales nos colocamos delante de Dios, de tal modo que nuestro espíritu pueda ser tocado y libertado.
Las consecuencias de la adoración
Si la adoración no nos cambia, no ha sido adoración. Estar delante del Santo de la eternidad equivale a cambiar. Los resentimientos no pueden retenerse con la misma tenacidad cuando entramos en su bondadosa luz.
En la adoración, un poder creciente se abre camino hacia el santuario del corazón, una creciente compasión surge en el alma. Adorar es cambiar. Si la adoración no nos impulsa hacia una mayor obediencia, no ha sido adoración. Así como la adoración comienza con una santa expectación, termina con una santa obediencia.
La adoración nos capacita para oír claramente el llamado al servicio, de tal modo que podamos responder: "Heme aquí, envíame a mí" (Isaías 6:8).
William Sperry declaró: "La adoración hace que todo el mobiliario religioso de los templos, y los sacerdotes, los ritos y las ceremonias pierdan importancia. Implica una disposición a que se cumpla la siguiente palabra de Dios: ‘La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales’" (Colosenses 3:16).
Notas Adicionales: Extraído de "Alabanza a la disciplina", por Richard Foster, Editorial Betania.